EL MESÓN DE LA
MOLINERA
José María
Pemán - ABC 1 de Julio de 1.965
(Articulo publicado en Arcos Información - 25
de Enero 2.001)
En una carta en verso que
escribí hace algunos años a los petas de Arcos de la Frontera, yo les decía que
Arcos es un pueblo tan airosamente colocado encina de su peña, que cada mañana
hay que mirar hacía él, desde el valle, para estar seguros de que no se ha ido:
de que no se ha volado como un buitre o evaporado como una nube.
Por esa misma sutileza aérea
-porque la frontera que califa a Arcos no es horizontalmente frontera con los
moros; sino verticalmente frontera con los ángeles -su vecindario goza de igual
provisionalidad que el pueblo todo. En Arcos hay bibliófilos, numismáticos,
astrólogos, un castillo donde, después de convidarlo a uno a pernoctar, le
advierten que no se preocupe si pasa por el artesonado de la habitación un
pájaro grande: que es el alma de una mora que fue emparedada hace siglos:; una
copiosa nómina de fantasmas que salen al atardecer y cuando se cruzan por las
calles se dan las buenas noches; y una señora vieja tan entrañablemente limpia
que se asegura que encaló su piano de cola.
Pero lo que nunca pensé que
tuviera Arcos es lo que me informó un prospecto turístico que me llegó hace
poco: deporte acuático, “esquí” y regatas de lanchas motoras. Uno tiene una
idea tan cerrada y ardientemente “seca” de Arcos, como de cualquier pueblo de
la serranía de Ronda, a cuyas estribaciones Arcos pertenece, que la palabra
“deporte acuático” parece en él tan incongruente como lo sería un semáforo para
regular la circulación en el desierto del Sahara.
Y sin embargo, ello ha sucedido.
En las cercanías de Arcos se ha edificado el Mesón de la Molinera, para
atracción del turismo. La molinera que da nombre al Mesón es la de Pedro
Antonio de Alarcón y el romance del Corregidor y la Molinera, que se supone
ocurren en Arcos. Como la historia va ya agotandose, para el turismo ha
empezado a ponerse a rédito la imaginación. A las murallas donde tiró un puñal Guzmán
el Bueno o a los castillos donde pernoctó Doña Isabel la Católica, que como se
acercó a Granada, pasito a pasito, dejó toda una ruta histórico-turística a sus
espalda, van agregandose ahora, así como en la Mancha las ventas y molinos de
Don Quijote, la evocación del duendecillo verde y popular que se hace plástico
en el Mesón, en tinajas, piedras de moler, balanza arcaica y cinco o seis
camareras vestidas de molineritas, previendo, sin duda que la inflación
administrativa ha aumentado también el número de los corregidores.
Pues el Mesón de la Molinera ha
tenido una idea genial. Aprovechando no sé que embalse preciso para regular los
pantanos de Bornos y Guadalcacin, el Mesón ha sabido rodearse de un lago
artificial. Al fin y al cabo entre un lago y un pantano o embase no hay
diferencia sustancial y todo es cuestión de nombre y de decisión para tirarse a
él. El Mesón nos ha invitado a olvidarnos de los ingenieros y pensar, en
cambio, en los arboles, con lo cual cualquier embalse se convierte en lago.
Esta iniciativa del Mesón se ha
basado en la seguridad de que en la actualidad no hay cultivo de regadío mas
lucrativo que los turistas. El Mesón, que tiene en sus cimientos legendarios un
romance viejo, revela en sus paredes al sol un amargo epigrama actual: hecha la
cuenta, una aranzada de pepinos, tomares o remolacha deja menos que una
aranzada de suecos y franceses. El dueño del Mesón ha pensado que como no
acabamos de ser exportadores y conseguir que los extranjeros se coman nuestras
coliflores y melones, lo mejor es invertir las rutas y comernos nosotros los
extranjeros., el Mesón, con su convencional folclorismo picaresco, está
construido transformando las paredes maestras de la gañanía y casa de máquina y
lagares de una vieja explotación agrícola. En su centelleante alegría de cal,
guarda la melancolía secreta de un cambio de ruta y de ministerio. El Mesón
canta toda una nueva época. En un testero de su salón, con siullas de enea de
Benamahoma y el Bosque, hay un gran panel que representa el epigrama del
Corregidor y la Molinera, según la versión de El Sombrero de Tres Picos. La
bella Molinera, con una malicia que aún no se atreve a ser flirt y no se atreve
a ser bikini, está ofreciendo unos racimos de unas al Corregidor. ¿Dónde hay
uvas en los contornos del Mesón?. Hay lago, esquí, motoras, on pairle francais,
automóviles y las molineritas flamantes que ofrecen a la cabeza del “menu a la
carta” ese armisticio de la guerra de la independencia: “Consomé y gazpacho”.
La genialidad latente bajo el
proyecto y eclosión del Mesón de la Molinera ha sido la intuición de que la
corriente turística es un modo de traerse el Mercado Común a nuestra zonas
agrícolas en la misma medida en que las zonas agrícolas no logran ir al Mercado
Común. En un principio hubo quien pensó en arriesgarse a una operación osada y
negativista, el turismo viene ahora con un ánimo más sociológico y pintoresco.
Por un turista que retrata la Giralda, retratan diez a un niño rascándose al
sol. se suele tender a enseñarle a los turistas nuestro desarrollo y
prosperidad: fábricas, pantanos, grandes hoteles. ¿No hubiera sido negocio
enseñarle un rastrojo de algodón perdido?. Retratarían así nuestra penuria,
palabra que tanto les gusta. Y se podría ir perfilando así una ruta turística
para laboristas y social-demócratas, que acabaría haciendo rendir a nuestras
aranzadas cortijeras algo que tienen dentro y que no sabíamos explotar; metros
cuadrados. Cuando una aranzada en vez de producir pimientos produce metros de
construcción ha rendido todo su jugo y su valor.
Pero sin llegar a tanto, el
creador del Mesón pensó en conseguir de otro modo la síntesis de lo tradicional
y lo turístico. Andalucía aplica a la vida los valores de la “vida feliz”, del
”otium”, según el modelo de la Arcadia. El mundo nórdico y sajón aplica los
valores del neg-otium, de la prisa. Darle en medio de una serranía, deteniendo
su ruta galopante, un embalse convertido en lago es conjugar poesía y negocio.
No ha habido Garcilaso ni Teócrito todavía para cantar la ducha, el cuarto de
baño. Es el lago y el río lo que conjugado con el turismo puede engendrar una
conjunción de la novela pastoril y la modernidad. Y quizá se haya conseguido,
en la sierra de Arcos, un nuevo turista de regadío que compense la problemática
tambaleante de la zanahoria o el tomate.
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