SAN PEDRO DE ARCOS
Enrique Montiel
(Diario de Cádiz - 13 de Noviembre 2001)
El sábado, con luz bellísima y frío polar, de vuelta de
Grazalema y Benaocaz, fuimos a Arcos. El día anterior, bajo una intensa lluvia,
habíamos ido a Prado del Rey a decir versos con Fernández Palacios y Amaya
Zuleta, a presentar la revista “Almazara” de la Mancomunidad de la Sierra de
Cádiz.
Llevaba semanas soñando con este viaje, acariciando cada
instante de anticipación, temeroso de que el tiempo, que estaba siendo tan bueno
en las semanas previas, se quebrara en lluvias. Por eso el nuberío del mediodía
del viernes, que acabaría en las copiosas lluvias conocidas, nublo mi animo
cuando enfilaba la salida a Arcos de la autopista y dio brillos a la melancolía
en la recta de la carretera a El Bosque, en la hora del crepúsculo cuya luz era
una amalgama extraordinaria de verdes, tierras y pálidos azules desteñidos.
Prado del Rey es un pueblo tan cuidado como los de la Sierra,
laborioso y honrado. Con voluntad de avanzar sin atropellar sus señas de
identidad y un deseo de presencia en la cultura, en la económica y en la
política gaditanas digno del apoyo de todos.
A aquellas horas, y con el intenso frío que a rachas nos
cortaba el aliento, nos arropó con cálido afecto en la celebración de la
palabra poética.
El sábado las rendijas de la persiana de la habitación del
hotelito de Prado del Rey metieron muy temprano un inesperado blancor lechoso.
A través del cristal se veía un cielo azul limpio, un sol
alto de mañana fría. La alegría se abrió paso entre nosotros, muchos más, al
saber que la nieve había cubierto las cumbres y los caminos grazalemeños bajo
el sol inesperado, pero era de ver a tantos llegados de tantos sitios en el
puerto de El Boyar contemplando embelesados el espectáculo de la primera nevada
de la sierra.
No se pueden contar las intensas emociones de un paisaje a
modo de joya en donde están engarzados los diamantes de sus pueblos blancos, y
en ello andaba rememorando cuando la visión de Arcos nos invitó, ya cayendo la
tarde, a subir a su caserío.
Arcos tiene magia, es sabido, subida en lo
alto de la peña, mirador de una tierra que es el mismo tiempo paleta de pintor
y granero, viña y huerta deliciosa con un río. Arcos con sus calles pinas, sus
fachadas de cal, los palacios y las iglesias de Santa maría y San Pedro.
En Santa María había un boda de blanco y
velo, y en San Pedro un lienzo cubría por completo el retablo de su altar
mayor. Su párroco nos permitió ver el trabajo de sus restauradores, el
esplendor extraordinario de otra joya sin igual del tesoro religioso de Cádiz.
No hay palabras para resaltar el trabajo
de estas personas anónimas, dijo Amaya con razón, quienes están devolviendo
exactamente la luz a esta maravilla. En enero se descorrerá el velo y se verá
el milagro.
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