¿Y no hemos llegado también hasta
Arcos de la Frontera, esta noble y vetusta ciudad, puesta en el pico de una
montaña, por cuyas faldas corre el Guadalete trágico?. ¿No tiene esta bella,
maravillosa ciudad unas callejuelas empinadas, retorcidas, por las que es
preciso discurrir agarrados a unos pasamanos que hay en las paredes?. ¿Y no hay
en esta vieja ciudad una pequeña y limpia fonda, con un blanco pañizuelo
enladrillado de rojo?. ¿Y no van y vienen por las dependencias de esta grata
fondita, cantando y riendo, Lola y Carmen, con sus claveles bermejos en el
ébano de sus cabellos?.
Todo esto lo hemos recordado
también nosotros. Se trata de remediar con paliativos la honda crisis de esta
tierra incomparable. Nosotros hemos visto en aquellas ciudades y aquellos
campos a la multitud de los labriegos, pálidos, exangües, extenuados,
pereciendo de inanición y de tuberculosis. Y nosotros pensábamos, en tanto que
oíamos al señor ministro de Fomento, que tal angustia no se hará desaparecer
con remedios ocasionales, inconscientes, sino con labor larga, intensa,
reflexiva, desinteresada y patriótica; haciendo que corra el agua por todas las
partes y que todas las tierras llecas den su flor y su fruto.
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