martes, 5 de julio de 2016

LAS MUJERES DE ARCOS. (1892)

En la noche del 26 de diciembre de 1481, en medio de una horrorosa tempestad que sobreponiéndose a todos los ruidos, impidió a los habitantes de Zahara apercibirse de la proximidad de los moros, el rey de Granda Muley Abul Hacen, asaltó con su ejercito los fortísimos y elevados muros de aquella villa, de la que se apodero pasando a cuchillo a todos los cristianos que intentaron defenderse y se llevo cautivos a Granada a los demás moradores, hombres, mujeres y niños.
Dolor y sentimiento profundísimo causó la pérdida de Zahara a los Reyes Católicos, señaladamente a don Fernando, cuyo abuelo el Infante de Antequera., había sido el conquistador de aquella villa; y aunque una buena parte del pueblo de Granada, celebro el infausto suceso de los cristianos, otra, la más sensata, deploró la expedición, temerosa de las represalias que sin duda no dejarían de tomar los castellanos; razonable temor que confirmó el tiempo poco después.
Hallábase en su castillo de Arcos el Conde de esta ciudad, D. Rodrigo Ponce de León, cuando recibió la fatal noticia de la pérdida de Zahara, y en el acto resolvió tomar cruda venganza, y convocando al son de trompeta a los vecinos, dio les cuenta de la agresión del rey moro, y propulsores apoderase de Alhama, ciudad fortísima enclavada dentro del reino de Granada que se había hallaba con menos guarnición que de ordinario, cuyo aviso había tenido del asistente de Sevilla, Juan de Merlo.
Adoptado con entusiasmo el proyecto por aquellos valientes, armándose a toda prisa los caballeros y peones de Arcos, y bajo las banderas de Don Rodrigo, encaminaron sé a Marchena, de donde por Antequera reunidos al contingente de Marchena, cayeron sobre Alhama, que tomaron por asalto en la madrugada del 28 de febrero de 1482.
Desguarnecido quedaba Arcos mientras tanto, pues habíase llevado el conde don Rodrigo a la expedición de Alhama todos los hombres válidos, quedando custodiada nuestra ciudad solo por los ancianos y por aquellos a quienes enfermedades o antiguas heridas vedaban el fatigoso ejercicio de las armas. Mandaba en la ciudad la Condesa doña Beatriz Pacheco, esposa de don Rodrigo e hija del famoso marqués de Villena, turbulento ministro de Enrique IV, señora de las altas prensas y varonil entereza, a cuya descripción y esfuerzo confiaba su marido la administración de sus estados, mientras él estaba de guerra.
Sabida por los moros de la Serranía de Ronda la ausencia del conde y de sus tropas, y considerando aquella la ocasión más favorable para dar un rudo golpe a los cristianos, resolvieron apodarse de Arcos, empresa que juzgaron entonces fácil y de poco riesgo, y en número de cuatro mil de a pie y a caballo pusieron cerco a la ciudad en los primeros días de marzo, intimando la rendición a sus escasos defensores, que resueltos a morir todos antes que rendir la plaza, desecharon con desprecio las proposiciones del sitiador.
Confiado éste en sus fuerzas, e irritado con la negativa, emprendió animoso el asalto que rechazaron con brioso denuedo nuestros valientes; pero la escases de su número no les permitía cubrir el extenso recinto, ni tampoco las incesantes acometidas del enemigo daban a los defensores tregua para el descanso necesario.
Agobiada la fatiga a los vecinos, mientras que se preparaban los moros a un salto decisivo, y acercabas el momento en que iba a perderse la ciudad, cuando de repente verse coronados sus adarves por una multitud armada que con piedras, picas, aceite hirviendo y cuantas armas puede sugerir la desesperación, rechaza a los asaltantes, derribándoles de las escalas que subían ufanos de su segura victoria; causándoles gran número de muertos y heridos.
Eran las mujeres de Arcos, las hijas, las hermanas, las esposas de los valientes defensores y de los no menos bravos que en aquellos días se cubrían de laureles en Alhama,. Enardecidas con las palabras de su Condesa doña Beatriz Pacheco, y queriendo morir todas antes qye convertirse en esclavas de los musulmanes, desechando la debilidad y el temor propios de su sexo, distiendo las aceradas cotas y empuñando las armas de sus parientes, salvaron con su heroísmo a la ciudad de una total ruina.
Escarmentado el enemigo, pero sin renunciar a sus propósitos ni repetir los asaltos, limitase a estrechar el cerco, remetiendo al hambre, el logro de la empresa que no había sabido conseguir su esfuerzo; mas también vio desbaratados sus planes por el noble Duque de Medina Sidonea, don Enrique de Guzmán, que olvidando antiguas rencillas, acudió desde Medina con 400 caballeros, y obligó a los musulmanes a levantar el cerco de Arcos, persiguiéndoles hasta la serranía a donde huyeron a ocultar la vergüenza de su derrota.
Este es el estilo y ese es el lenguaje ameno y fácil que domina y campea en la obra toda de Mancheño. ¡Lástima que el espacio no me permita reproducir más!
Entre las biografías descuella la del loco Amaro Rodríguez, sublime en sus celos de amor y en sus dichos graciosísimos; la de Francisco Pérez Mancheño, por la parte histórica que relacionada con sus hechos contiene; la de don Pedro Moreno Rodríguez, ex-diputado y ex-ministro; la de Prieto y Sánchez, muerto recientemente joven aún, cuando su claro talento y su inteligencia de fuego prometían honra a las letras y un nombre ilustre a la ciudad que lo vio nacer. Todas, en fin, por uno y otro concepto.
Para concluir: la historia del libro es la siguiente: invitado el Sr. Mancheño por los señores que forman la redacción de El Arcobricense a que escribiera unos apuntes históricos de Arcos para ser inscritos en el folletín de dicho semanario, viendo Mancheño la posibilidad material de salir airoso del empeño, si aquellos apuntes había de ser verdad; con buen acuerdo y valiéndose de gran copia de materiales, trazó la biografía de su ilustre antepasado Pérez Mancheño; pero tal fue la extensión con que resulto (197 cuartillas) que no pudo servir al objeto; en cambio tras aquella salió otra y después otra y otra de su docta pluma, hasta formar la "Galería" de que me ocupo- ¡Bien haya aquella circunstancia a que deben Arcos y sus hijos, libro tan hermoso y que tantas glorias y recuerdos encierra!. Siga su autor la senda empezada con tan feliz acierto y Arcos inscribirá entre sus hijos esclarecidos el nombre de Mancheño.
Pero después de todo lo dicho, me parece el libro, ¡quién lo dijera! defectuoso; y ¡es tan fácil de enmendar, es tan sencilla la corrección de ese lunar!. Descartando del volumen tres planas, ¡cuanto más hermoso me parecería y en cuanta más estima le tuviera!.
Haga Dios que con igual brío y constancia persevere el autor en sacar con sus superiores facultades a Arcos y a su historia del olvido en que ajenas culpas tienen a la ilustre Virtus Julia.
Fuente: El Guadalete - 13 de abril de 1892 - 

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