Con este título refieren los
periódicos de Andalucía el siguiente suceso, más horrible por el salvajismo y
falta de sentimientos humanos que revela, que por el hecho en sí, con ser tan
bárbaro.
Hallábase días pasados reunidos en
el sitio conocido por Junta de los Ríos, en el termino de Arcos de la Frontera,
un vecino de aquel pueblo llamado Manuel Torres, su mujer, dos hijos de estos
de seis y siete años de edad, cinco sobrinos huérfanos, la anciana madre de
Torres y una tía suya, a quienes mantenía con su Trabajo.
Pocos momentos después, se presento
un sujeto llamado Pedro Gutiérrez, con su hijo, y sin mediar razonamientos y
palabras entre el Gutiérrez y de Torres. La mujer que trató de defender a su
marido resulto con una contusión en un brazo, causaba con una piedra.
El desgraciado Manuel Torres,
expiró a los pocos momentos en brazos de su esposa.
La Guardia Civil que a las voces de
socorro dadas por la familia, acudió a los pocos instantes al lugar del suceso,
detuvo a su paso al autor del crimen, que apeló a la fuga.
El agresor, Pedro Gutiérrez, parece
que tenía amedrentados a los habitantes de aquel sitito con sus fechorías.
Al llegar a la cárcel conducido por
los expresados guardias, se presentó el hijo de Gutiérrez, declarando ser el único
autor del delito, con objeto de obtener la libertad de su padre y quedo también
preso como cómplice de este. Al Gutiérrez se le ocupó el arma homicida y una
escopeta.
Dirán lo que quieran los
conservadores, pero solo en el tiempo de su mando se cometen en España crímenes
parecidos, en que las pasiones salvajes se sobreponen de tal manera a los
sentimientos humanitarios, que no es suficiente a contenerlas ni aún la
presencia de ocho o diez seres débiles e inocentes cuya existencia depende de
la victima que tan bárbaramente inmolan.
Llena está la historia de este
segundo periodo conservador de asesinatos parecidos al de Arcos de la Frontera,
en los que por asuntos de poco monta, y por cuestiones de palabras la más
veces, se quita a un hombre y se deja en el mayor desamparo a una familia
numerosa; o mejor dicho, a dos, puesto que la del bárbaro inmolador sufre las
mismas consecuencias que la de su víctima.
Y es que la moral es una; y perturbada arriba
con las arbitrariedades conservadoras, que no respetan ley ni derecho que se
opongan a la satisfacción de sus pasiones y apetitos, ninguna consideración
sirve de freno a las pasiones de abajo.
Fuente: La Crónica - 17 de mayo de
1885.
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