domingo, 17 de julio de 2016

UN ASESINATO EN ARCOS (1885)


Con este título refieren los periódicos de Andalucía el siguiente suceso, más horrible por el salvajismo y falta de sentimientos humanos que revela, que por el hecho en sí, con ser tan bárbaro.
Hallábase días pasados reunidos en el sitio conocido por Junta de los Ríos, en el termino de Arcos de la Frontera, un vecino de aquel pueblo llamado Manuel Torres, su mujer, dos hijos de estos de seis y siete años de edad, cinco sobrinos huérfanos, la anciana madre de Torres y una tía suya, a quienes mantenía con su Trabajo.
Pocos momentos después, se presento un sujeto llamado Pedro Gutiérrez, con su hijo, y sin mediar razonamientos y palabras entre el Gutiérrez y de Torres. La mujer que trató de defender a su marido resulto con una contusión en un brazo, causaba con una piedra.
El desgraciado Manuel Torres, expiró a los pocos momentos en brazos de su esposa.
La Guardia Civil que a las voces de socorro dadas por la familia, acudió a los pocos instantes al lugar del suceso, detuvo a su paso al autor del crimen, que apeló a la fuga.
El agresor, Pedro Gutiérrez, parece que tenía amedrentados a los habitantes de aquel sitito con sus fechorías.
Al llegar a la cárcel conducido por los expresados guardias, se presentó el hijo de Gutiérrez, declarando ser el único autor del delito, con objeto de obtener la libertad de su padre y quedo también preso como cómplice de este. Al Gutiérrez se le ocupó el arma homicida y una escopeta.
Dirán lo que quieran los conservadores, pero solo en el tiempo de su mando se cometen en España crímenes parecidos, en que las pasiones salvajes se sobreponen de tal manera a los sentimientos humanitarios, que no es suficiente a contenerlas ni aún la presencia de ocho o diez seres débiles e inocentes cuya existencia depende de la victima que tan bárbaramente inmolan.
Llena está la historia de este segundo periodo conservador de asesinatos parecidos al de Arcos de la Frontera, en los que por asuntos de poco monta, y por cuestiones de palabras la más veces, se quita a un hombre y se deja en el mayor desamparo a una familia numerosa; o mejor dicho, a dos, puesto que la del bárbaro inmolador sufre las mismas consecuencias que la de su víctima.
 Y es que la moral es una; y perturbada arriba con las arbitrariedades conservadoras, que no respetan ley ni derecho que se opongan a la satisfacción de sus pasiones y apetitos, ninguna consideración sirve de freno a las pasiones de abajo.


Fuente: La Crónica - 17 de mayo de 1885.

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