Es difícil encontrar una tierra a la que se hayan ofrendado
piropos de mayor galanura que los que tiene recibidos vuestro Arcos. Y es
común, universalmente cierto, que se le proclama “el pueblo más bonito y
luminoso de Andalucía”: un pueblo, es verdad, que a ninguno otro se parece. De
veras que yo no sé a que primera alegría de Arcos pueden atender los ojos
cuneado llegan hasta su presencia.
Se le
ve, de lejos, como sí aquí, de súbito, crecido en el campo, la Ciudad fuese un
poco escala de los cielos. Todas las alturas invitan a seguir la ascensión,
porque, en su fondo, el corazón guarda una contenida prisa por calmarse en los
cielos. Quien mirar de cerca, desde abajo, ciñéndose a sus muros., la Giralda,
y entona los ojos y piensa en sus campanas, cree que al llegar su espíritu a la
veleta airosa del Giraldillo, va a seguir su ascensión para llegar hasta la
llanuria de las estrellas. Quien mira vuestra Peña, desde abajo, desde la
ribera de los sembrados, y la ve rodeada como de un halo, de un nimbo,. De una
bóveda de pájaros., también quisiera seguir ascensionalmente, hacia arriba y
perderse más allá de las torres de Santa María en la gloria de Dios.
Es el
privilegio de las criaturas que, por las manos abiertas de sus claridades, parecen
que están tocando las jambas de la gloria, nos ciega, en Arcos, primero, un
fulgor; luego, una blancura remansada; después, cruje, se abre, la cal, que se
empieza a tocar con el corazón, antes que con los ojos, y no digamos antes que
con los dedos. Esta es su primera claridad manifestada: su luz. Una luz que
asciende al aire y casi parece que se acerca Dios en ella, de modo que van a
rozarnos las alas de los ángeles contemplativos.
Una
luz que criaturiza, que hace más tangible vuestra Peña, que acerca vuestras
campanas, que perfila vuestros balcones y esas mínimas ventanas, también, que
se abren al río, como pequeños ojos encalados. Bajo esta luz, Arcos extiende ya
su primer milagro: el de ser a un tiempo, remoto y nuevo, ilustre y recién
creado.
Yo
recuerdo –y pasaron algunos años, pero esta en mis vivísimo su resplandor
amigo- la primera vez que vine hasta vosotros.
Latía
un azul como patio de convento de clausura, en los sueños. Fulgía en las casas
y los muros un blanco reverberarte increíble; y yo mismo no lo había creído, si
no supiera, como lo se, que mis ojos nunca habían contemplado blancura tan
intocada. Pepe y Jesús de las Cuevas, ya entonces amigos en esa línea,
infracturable, en que la amistad se hace fraterna y para siempre, me llevaron,
antes de al mundo delicioso de su casa, a los miradores del Ayuntamiento.
Por
las campanas de Santa María cruzaban los pájaros, casi haciéndolas sonar, como
en una milagrosa liturgia de picos, alas y revuelos cantores. Es uno de los
grandes hallazgos que hace el corazón del hombre cuando se viene de lejos, de
la ciudad ruidosa; el encuentro del pájaro como compañía,. A mí aquella mañana
se me quedaron cubiertos en sangre y espíritu de pájaros, de resonancias finas,
de azules puros, de saludos amables, de cortesías de a la paz de Dios.
Mirábamos el paisaje desde la Peña. Las tierras estiradas, grises, verdes,
mansas, hermanas de la brisa y el arado de la copla y del primor; las viñas
escondidas, al sol de zumo granándose, como pequeños cofres de la alhaja del
vino: como manos niñas que escondieran los duendes de la alegría; y los olivos,
verdes, apretados, ubérrimos; y las blancuras trigueras; y las diminutas casas
campesinas, encaladas, limpias; y el Guadalete ceñido a Arcos como una faja sus
flancos de terrosos, con ese jardín de zafiros que le florece en los rumores de
las orillas, bajas; con esa íntima comunicación con que se hablan las piedras
venerables y las aguas ilustres.
Sí.
Veíamos el paisaje; y cuando la luz, en aquel mediodía de mi llegada, se hizo
estatua de las doce campana de visitación del Arcángel; y las de Santa María
grandes y bíblicas, fueron cayendo, son a son, sobre azoteas y árboles, hasta
la carretera, allá abajo, un hombre del campo, lento y solemne, detuvo su yegua
caobeña y se descubrió, reverente, para saludar al Ángelus. Yo recuerdo que
Jesús de las Cuevas, son esa finura de geómetra de la imaginería poética, con
esa cancelación de la agudeza que son calidades tan suyas, nos dijo: “Miradlo.
Anda como un planeta”.
Y era
cierto. Como un planeta, porque vivía en un mundo aparte. Mundo mayor ante el
espíritu que los planetas geográficos y siderales, porque es el mundo de la
transparencia y la blancura. Aquel hombre se movía con la suma elegancia,
inimitable de los hombres que tienen prisa. Se descubría, porque el Cielo
acababa de abridse en azucenas de anunciación. Y entonces si que medí en toda
su hondura y altura la significación de esta blanca serenidad de Arcos. A esta
Peña –pensé- solo se sube luego de haber purificado en la ascensión. De modo
que todo pueblo alzado, como lo está Arcos, es una tremenda lección de
ascensionalidad, de búsqueda de Dios, de invitación a la elegancia de recreo
del espíritu, de eco de la gloria.
Aquí
se hizo sangre la historia, linaje el heroísmo, alcurnia el privilegio de los
reyes,. Pero dentro de esa calma en que esta varada la Ciudad, la luz, que
hiere con mansedumbre, y a diario, los ojos que saben mirarla, es una luz viva,
que canta, proclamada la gentileza y continuidad de Arcos sobre el tiempo.
FRANCISCO MONTERO GALVACHE
(Texto tomado del libro
“Cantando mi provincia “- Cádiz 1975)
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