ARCOS, SEÑORA DE LA RUTA
DE LOS PUEBLOS BLANCOS
(Arcos Información - 5-12-2001)
Arcos
de la Frontera, encima de su belleza prodigiosa, tiene la suerte -quién sabe si
precisamente por ser tan bella- de haber dado a luz a poetas de altísima
estatura intelectual y sentimental. Y los poetas arcenses, como es lógico, han
consumido partículas selectas de su vigor literario en cantarle a su ciudad
única. De Arcos, pues, se han dicho ya tantas cosas y tan hermosas, que no
vamos ahora a pretender decir de ella algo que sea realmente nuevo. Dejamos a
los poetas -a los poetas de Arcos y a los que no son de Arcos, pero se han
sentido alguna vez tocados por su embrujo- que sigan cantando. Lo nuestro es la
descripción objetiva -difícil meta ésta de la objetividad, cuando geografías
como éstas invitan precisamente a dejarse llevar y a perder toda la mesura- y a
eso vamos a atenernos, aunque nos metamos en la frialdad de los números y de
los desapasionamientos.
Arcos
es, en cierto modo, la puerta grande de las comarcas serranas de Cádiz. A 60
kilómetros de la capital y a 30 de Jerez, su blanco caserío se encarama hasta
lo más alto de un risco que baña sus pies en las aguas del Guadalete. Porque
está en el punto de arranque de la ruta -que, por pura lógica, ha de arrancar
de una vía de comunicación de primer rango, como pueda ser la autopista
Sevilla-Cádiz- y, también, por la gran motivación intrínseca de su belleza
indescriptible e inabarcable. Arcos de la Frontera es, incuestionablemente, la
gran señora de los pueblos blancos de Cádiz.
El
nombre de Arcos no tiene nada que ver con lo que pueda indicar en una primera
aproximación. No quiere decir arquería ni bóveda ni nada de eso. Viene del
latín “arx” que significa fortaleza. Lugar fortificado, lo cual es toda una premonición, pues parece
que los romanaos ya presentían el largo destino fronterizo del lugar, que a lo
largo de siglos estuvo en el filo de esta línea permanente de choque entre
musulmanes y cristianos que recorre todas las montañas occidentales de
Al-Andalus.
Arcos
debió de ser así de bella siempre. Porque a lo largo de toda su historia estuvo
en el centro de las ambiciones de unos y de otros y, siempre anduvo
escabulléndose de los requiebros de culturas rivales que la asediabana. Y, a lo
que se ve, ella dejándose querer y ahondando, así a fuerza de mucho sentirse
amada, su propia belleza. Se diría que Arcos es una ciudad que se ha pasado la
vida acicalándose. Y así está ella ahora, que es la sorpresa misma para la
vista, el placer mismo para la mente y el sentimiento.
Sobre
lo más antiguo ha sabido poner Arcos lo menos vetusto. Sobre lo romano, lo
visigótico: sobre lo visigótico, lo árabe; sobre lo árabe, lo cristiano
prerenacentista. Y, luego, lo neoclásico y lo barroco. Y todo con una gracia y un
sentido del ensamblaje y de la superposición que no podían arrojar otro balance
que el de ese milagro que ahora nos contempla imperturbable desde su alta
cornisa.
Meterse
ahora en describir al detalle todo lo que en Arcos merece ser contemplado -y
gozado- será siempre quedarse a mitad del camino. Arcos requiere el paseo
despacioso risco arriba -porque, además, las pendientes son fuertes y no es
para ponerse a correr- un paseo sin coche, a pie: que es la únicas manera
auténtica de pasear y de apreciar y de disfrutar todo lo que es apreciable y
disfrutable. Por decir algo,. Digamos que en Santa María de Arcos hay cuadros
de Alonso Cano, que hay Zurbaranes y Riberas en San Pedro y que hay Goyas en el
Ayuntamiento.
Todo
eso, y muchas más cosas, merecen ser contempladas, Arcos, exige, días y días de
contemplación. Pero... la visita no puede terminar sin la mirada de adiós,
sobre la hoz del Guadalete desde el mirador de la Peña, de arriba, en la Plaza,
junto al Parador.
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