No hay manera de encontrar los
libros de cuentas y de actas de estos años de actuación de la Hermandad. Parece
se han perdido aunque hay quien opina y quizás acertadamente, que posiblemente
no han existido nunca. Aunque bien pudiera ser, que en manos de herederos un
tanto indiferentes, han sido arrumbados y en cualquier momento pueden salir de
donde menos se espera, cuando la nueva generación que parece más interesada en
estas cosas de viejas historias, de arte y cultura, los encuentre al revolver
los papeles de sus abuelos en algún antiguo arcón, o tras de los libros de una
desvencijada biblioteca, o quizás entre los antiguos libretos y legajos en el
viejo archivo de Santa María que su Párroco Don Juan Candil Ríos trato de
organizar y salvar.
Para ese no obsta para que la
actuación de la Hermandad, desde su fundación haya sido entusiasta y de
completa entrega hasta el 1.975, en que señalamos el último Prioste. En
realidad no es el último, pero sí de una generación de una época, que le dio un
aire, un tono "sui generis", y
que a partir de entonces cambia el rumbo de la Hermandad como luego veremos.
Volviendo a esta primera etapa de
la vida de la Hermandad, debemos recordar que como Camareras han figurado
algunas señoras devotas de la Virgen que sin nombramiento propiamente dicho, en
la mayoría de los casos, por mutuo acuerdo entre la Junta de Gobierno y las que
más destacaban en cada comisión se encargaba, como una obligación moral del
cuidado de la imagen y de su altar, y de la conservación de sus enseres, ropas
y efectos. Así nos recuerdan a Doña Manuel Piña y su hija Concha, Doña Rosario
Vázquez, Srta. Estrella Tinoco y Doña Francisca Caballero Infante Soldado,
siempre ayudadas por la entusiasta colaboración de las otras muchas devotas,
cuya lista interminable, no es cosa de incluir.
Al desaparecer Doña Francisca
Velázquez, como familiar y cariñosamente se conocían a la última, se hizo cargo
su hija Isabelita con la gran ayuda de Amparo Gómez Zarzuela, hija de Don
Vicente, secundadas por Sole Gil Benot, sin olvidad la apreciable colaboración
de María Pepa Maruri Piña, que sin figurar como camarera, ni cargo alguno, ha
resulto grandes e importantes problemas, como el arreglo y dorado del Paso, y
el obsequio que hizo del nuevo raso blanco para el trasplante del bordado del
manto, cuyo importe, el del traslado fue ya costeado por suscripción entre
hermanas y fieles.
Cometeríamos una injusticia si
olvidáramos a quien durante tantos años ha sido alma y elemento imprescindible,
insustituible en cuanto había que hacer en Santa María en general, y en las
Nieves en particular; Rafael Pérez Vázquez es quien la subía y la bajaba del
camarín, del sitial, del paso; quien la ponía en Besamanos y quien dirigía su
andar por las calles. Los fieles la veían con naturalidad en el lugar preciso,
sin pensar cómo está allí, y allí lo que estaba era la labor de Rafael
secundado por su ayudante; José Luis Espinosa. Lo hemos visto muchas veces
trabajar, y vemos como para él, para Rafael, esto es, simplemente, una
encendida oración que dedicaba con cariño a la Virgen.
Desde tiempo inmemorial, y sobre
todo desde la actuación de la Hermandad, se le canta todos los sábados por la
tarde, la salve, y los días entre semanas, el Rosario, hoy desaparecido por la
poca asistencia. Y la Misa vespertina se suele decir en su Capilla como lugar
más recoleto. Hasta hace pocos años se hacia otra Novena sin solemnidad, en el
mes de enero, que el clero le dedicaba implorándola como mediadora en el buen
quehacer del año que comenzaba. Durante la Novena Solemne, suele rezarse otra
en la Misa matutina para las personas que no pudieran asistir por la tarde.
Por el año cincuenta, el Párroco
Don Elías Rodríguez estableció la costumbre, que aún subsiste, de que unos días
antes del novenario, generalmente en la tarde del veinticinco, Santiago
Apóstol, tras de la Misa, trasladar la imagen desde su Capilla al Altar Mayor,
donde luego se la pondrá en el Sitial del Corpus para la Novena. Es llevada sin
aureola en unas pequeñísimas andas porteadas por caballeros, llevando el cetro
y la corona, el Alcalde y el Prioste, sobre sendos almohadones.
Como ya dijimos, para los cultos se
la coloca en el gran dosel del XVIII del Santísimo, que se montaba para el
Corpus, y luego se dejaba para las Nieves. Desaparecido el montaje para el
Corpus, se monta exclusivamente para las Nieves, corriendo todo el gasto a su
cargo, mientras que antes, se compartía entre ambas Hermandades.
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