Como un gran despeñadero coronado por un conjunto de casas blancas, un
castillo y las torres de sus iglesias. Así se presenta al viajero esta
localidad gaditana, puerta de la Ruta de los Pueblos Blancos, que esconde un
laberinto de callejuelas encaladas
Situada al noroeste de la provincia
de Cádiz, en lo alto de una colina, denominada La Peña, bajo la que discurre el
río Guadalete, la localidad de Arcos de la Frontera constituye un destino
ineludible para el viajero en la Ruta de los Pueblos Blancos, por su belleza
paisajística, riqueza monumental y tradiciones antiguas, encontrándose orillado
en la carretera A-382, que une las poblaciones de Jerez de la Frontera y
Villamartín, a poco más de doscientos kilómetros de la capital malagueña.
El nombre de la ciudad hace honor a
los arcos aéreos que engarzan su fascinante arquitectura serrana en un
entresijo de calles recoletas y empinadas que se conjugan con amplios y
luminosos espacios. Cuentan que el enclave fue fundado por el rey Brigo, y
acogió civilizaciones como tartesos, fenicios y cartagineses.
Los árabes la bautizaron con el
nombre de Medina Arkosch, siendo en esta época fortaleza de un reino de taifas.
En el año 1264, Alfonso X expulsó definitivamente a sus moradores árabes,
repoblando el lugar con cristianos. En el siglo XV fue concedido el condado a
Pedro Ponce de León, pasando posteriomente a la Casa de Osuna.
Así, el municipio de Arcos, con su
impronta romana, su herencia árabe y su esplendor dieciochesco es una viva
referencia de su pasado, tanto en la arquitectura como en sus tradiciones. Es
un lugar que cabalga entre la historia y la leyenda. Una ciudad para visitarla
despacio y descubrirla sin prisas, para saborear los sonidos de sus campanas,
recibir el regalo de un atardecer en alguno de sus miradores o deleitarse con
la belleza de un caserío rebosante de cal y de geranios. No en vano el poeta
arcense Jesús de las Cuevas definió este pueblo como «una nube que se hubiera
caído de repente al borde de la peña,/ delirio de blancura disparada hacia el cielo».
El visitante, al adentrarse en el
casco antiguo, declarado Conjunto Histórico-Artístico en 1962, podrá descubrir
todo un laberinto de calles jalonadas de casas-palacio, como las residencias
del Conde del Águila, del Marqués de Torresoto, de Pedro Gamaza, de los Virues
y del Mayorazgo ubicadas en las proximidades del castillo (anterior al siglo
XI).
Recinto amurallado
Podrá disfrutar también de iglesias
como la de Santa María, construcción de aires románico-gótico situada en la
Plaza del Cabildo, o San Pedro, de estilo gótico ojival, florido y plateresco,
además de conventos como el de las Mercedarias Descalzas, donde se venden
dulces de elaboración propia, o el de la la Caridad, de estilo colonial (siglo
XVIII), que se levanta fuera del casco histórico.
Abriendo el acceso al pueblo por el
Este, la Puerta de Matrera es la única que subsiste del antiguo recinto
amurallado. Además del rosario de monumentos, Arcos conserva tradiciones
ancestrales, como la de Semana Santa, que ha sido declarada de interés turístico,
tanto por la plasticidad y belleza de las representaciones como por el singular
escenario de calles empinadas y estrechas, por donde discurren.
El Domingo de Resurrección lo
celebran en el pueblo con el 'toro del Aleluya', una de las fiestas más
populares, en la que participan numerosos vecinos corriendo entre las dos reses
bravas que sueltan por las calles, mientras que miles de espectadores
contemplan el festejo desde balcones y azoteas, o bien tras los palos que van
cercando el recorrido.
El viajero podrá encontrar también
en Arcos un rico patrimonio gastronómico derivado de las diversas culturas que
han poblado el lugar a lo largo de los siglos. El centro vital de la población
es la Plaza del Cabildo, el punto más alto de la ciudad. La plaza es un
compendio de interesantes monumentos: la basílica mayor de Santa María, el
ayuntamiento, el castillo, el Parador Nacional... y, por supuesto, el amplio
mirador que se asoma sobre la campiña andaluza.
La basílica de Santa María reclama
toda la atención del visitante. Levantada sobre la antigua mezquita árabe, su
fachada recoge elementos tardogóticos, renacentistas y neoclasicistas. Es muy
curiosa la ubicación de la torre-campanario, ocupando el centro de la fachada.
A un lado de la basílica, se
encuentra la casa consistorial y, tras ella, el antiguo alcázar de origen árabe
que, en la actualidad, pertenece a los marqueses de Tamarón. Su efigie, muy
reconstruida, conjuga varios estilos arquitectónicos.
No demasiado lejos, se encuentra la
iglesia de San Pedro, obra gótica del siglo XIV con añadidos barrocos del XVIII
(la fachada y la torre). Sus partidarios se atrevieron a disputar la primacía
del templo frente a la basílica de Santa María, obligando a dictaminar al
Tribunal de la Rota que, en 1764, concedió a esta última el título de «Iglesia
Mayor, más Antigua, Insigne y Principal de Arcos».
Cocina de la huerta
El pueblo, al encontrarse cercano
al cauce fluvial, cuenta con la llamada cocina de la huerta, cuyos platos
combinan verduras y legumbres. Destacan los guisos de berzas, integrados por
legumbres, berza, tocino, morcilla y carne de cerdo, además de otros platos
como sopa de clausura, ajo a la molinera, la alboronía y gazpacho serrano,
mientras que entre los dulces se pueden degustar los bollos de Semana Santa,
las empanadillas y también los pestiños, así como la exquisita compota regada
con mucha miel serrana.
No se debe abandonar Arcos de la
Frontera sin disfrutar de sus calles, salpicadas por hermosas portadas de las
numerosas casas nobles que aquí se levantaron. Y sin acercarse hasta el torno
del convento de las monjas mercedarias para adquirir su excelente repostería.
Fuente: Diario Sur - 01 de agosto
de 2009.
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