En 1.975, en que Monseñor Don
Rafael Bellido Caro, recientemente consagrado Obispo y nombrado Auxiliar de la
Archidiócesis y Vicario de Jerez, que como hijo de Arcos, sentía en su corazón
todo cuanto se refiriese a la Virgen de la Nieves, siempre llevaba como una
pesadumbre el alejamiento del pueblo, aprovechó su primera visita pastoral para
señalar y aún puntualizar en el libro de visitas, la conveniencia de ampliar la
devoción a sectores alejados a Ella, unido ello a las normas dadas por la
Superioridad, y que precisamente él, como Vicario Episcopal de Laicos estaba
encargado de hacer cumplir; de la necesidad de rejuvenecer y modernizar los
Estatutos adaptándolas a las reglas dadas por la Iglesia, renovando, si fuera
necesario las personas, para dar mayor vitalidad a las mismas, la Junta de
Gobierno era conveniente poner en manos del Sr. Cura Párroco, Don Juan Candil
Ríos, la Dirección de la Hermandad, para que tratara de conseguir un nuevo
órgano rector que se ajustase más al nuevo rumbo propugnado por el Sr. Obispo.
Aquel, ante el problema que se le
presentaba, los cultos del próximo año, y las directrices dadas por el Sr.
Obispo, hizo un llamamiento a aquellos que él vio más vinculados a las diversas
Hermandades de Gloria y Penitencia y de las varias organizaciones de tipo
religioso que giraban alrededor de la Iglesia, como Cáritas, Juntas
administrativas, Cursillistas, y fieles en general de todas las zonas, dado que
las Nieves era la Patrona de todo el pueblo. No hubo problemas en cuanto al
número y calidad de personas que se reunieron, sino más bien en el de
representación, el cabeza del conjunto. Un elemento idóneo, que unido a su
categoría social representativa, uniera una capacidad e iniciativa de dirección,
cual corresponde a un cargo de esta naturaleza en una Hermandad de tal
envergadura como es la de la Patrona del pueblo. Por todo ello, la Junta quedó
de momento y tras de unos meses de estudio y reuniones previas, en Gestora que
presidió el propio Párroco Don Juan Candil Ríos, para organizar más despacio y
definitivamente aquella, e ir preparando al mismo tiempo los próximos cultos y
los nuevos Estatutos, a lo que el Sr. Obispo dio su buen parecer.
La Gestora trabajó bien y de lleno.
Una gran propaganda con octavillas y circulares por parte del Párroco y suya, y
todo cuanto supuso organizar los cultos. Hubo naturalmente grandes dificultades
que vencer, pero que con la buena voluntad de unos y de otros, se superaron.
En un principio aumentaron grandemente
el número de hermanos, especialmente por el Camino de las Nieves, donde se hizo
una intensa campaña, entusiasmados de verse protagonizados en unas fiestas tan
destacadas.
Los cultos se celebraron como
siempre, con gran asistencia de fieles, aunque predominaran las devotas de
siempre. La Función Solemnísima fue celebrada por nuestro Obispo, Monseñor Don
Rafael Bellido Cario, indiscutiblemente alma, promotor y guía de cuanto estaba
ocurriendo. Las predicaciones, como ya se venía haciendo, por su indicación en
los últimos años, estuvieron a cargo de párrocos locales y de los pueblos
limítrofes, en vez de uno destacado, famoso y elocuente orador, como se hacía
en las últimas décadas.
Las intenciones de los cultos,
fueron más amplias, generales y comunitarias, en vez de la tradicional y
personalísima aplicación de una familia, que solía tener el puesto a
perpetuidad.
La procesión fue la mayor novedad,
especialmente para el pueblo-masa, que eso sí, fue su principalísimo
protagonista. Se abandonó el clásico recorrido por el Callejón de las Monjas,
Mercedarias, Escribanos y Plaza, en procesión matutina de Tercia, como era
costumbre, para hacerlo por la tarde, hasta casi su antiguo Convento Mercedario
al final del Camino de las Nieves, para retroceder, y llegando hasta San
Francisco, volver a Santa María, tras de casi seis largas horas de recorrido.
Por un lado fue un éxito, aunque no tanto por otro. El larguísimo camino; su
mucha duración, el gran calor, cansó mucho a autoridades, músicos, cargadores y
asistentes. Además, antes, al hacerse por la mañana, permitía aprovechar la
tarde que ni era fiesta en otros lugares para irse, incluso a la playa. Este
nuevo sistema quitó mucha asistencia de la antigua clase. Pero todo hay que
decirlo, el pueblo que no había acudido a la Función, no faltó a la procesión.
El acompañamiento del pueblo fue apoteósico, y si en la salida fue grande, a
medida que avanzaba fue creciendo, llegando en el Camino de las Nieves a
desaparecer las filas para no verse sino una masa tupida, inmensa, apretada de
muchedumbre, en medio de la cual, como nadando en una sábana de cabezas iba la
Virgen. El personal se renovada constantemente, incrementándose al llegar a
nuevas calles. Hubo momentos en que realmente no había filas ni aceras. Vemos,
como puede observarse, un gran contraste en la respuesta del pueblo al
llamamiento del Párroco y de estos entusiastas jóvenes; Apoteósica la del
pueblo-masa, faltando un cierto sector de los que antes normalmente acudían.
Los cultos, en cambio estuvieron cubiertos por los de siempre; viejos hermanos
y devotos antiguos. Poco o nada de lo nuevo.
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