Con motivo del Congreso Eucarístico Arciprestal que se
celebrará en Arcos de la Frontera durante los días 21 al 28 el presente mes,
será utilizada la Custodia de Santa María para alojar al Santísimo Sacramento
en su salida procesional, por lo que he considerado oportuno la publicación de
estas notas, en que se detallan las características de esta joya singular,
acompañadas de una breve referencia histórica de la familia de que la misma
procede.
La ilustre familia de Valdespino tuvo solar primitivo en la
provincia de Santander, cerca de Ampuero, de donde vinieron a Andalucía para la
conquista de la Frontera, en donde se quedaron como pobladores, formando parte
de la primera nobleza. Cuentas las crónicas que cuando la nobleza jerezana tomó
parte en la batalla del Salado, ganada en 1340, y tuvo que elegir a los
capitanes que la dirigiera, fue electo, precisamente, don Alonso Fernández de Valdespino,
para que comandase la tropa y llevase el Pendón de la ciudad. Y como Don Alonso
XI premiara si arrojo armándole caballero de batalla, el insigne Valdespino
adoptó por divisa de su escudo, sobre el espino de oro que era emblema
"parlante" de su apellido, la banda con dragante que era la insignia
de la Orden con que fue condecorado, para formar el blasón de familia que hoy
honra a sus descendientes.
Otro don Alonso, hijo del anterior, se distinguió en 1425 en
la batalla del Rancho, porque, habiendo vencido a Abdala Granatexi, alcaide
moro de Ronda. hizo prisionero al sobrino de éste. Hamete, al que retuvo en su
casa hasta que don Juan II mandó por él en una carta, fechada en Toro, el 16 de
febrero de 1427, según refiere Bartolomé Gutiérrez en los anales de Jerez de la
Frontera, del año dicho.
De esta familia jerezana, que tenía su enterramiento en la
Iglesia de San Salvador, y su casa solar en la calle que dicen de las vacas,
según reza un antiguo documento, procedía don Alonso Fernández de Valdespino y
Rojas, familiar del Santo Oficio de la Inquisición, que vino a Arcos a finales
del siglo XVI para casar con doña catalina de Cuenca y del Castillo -de donde
nace la vinculación del linaje con esta ciudad-, abriendo casa principal en el
número 7 de la calle Boticas -hoy Marques de Torresoto-, en cuya fachada luce
en azulejos el escudo con la banda y en espino y la Virgen de las Nieves, como
expresión del fervor mariano de esta estirpe, una de las que más habrían de
ayudar a la parroquia de Santa María en el pleito que sostenía sobre
preeminencias contra la de San Pedro a favor de la primera el Tribunal de la
Sacra Rota Romana, el 11 de abril de 1764.
Tercera nieta del referido matrimonio fue coña Leonor María
de la Antigua Fernández de Valdespino, hija de don Alonso y de doña Leonor
María Caballero y Andrade, de cuya memoria se conserva en Arcos particular
recuerdo. Nació en la referida casa de la calle
Boticas, el 6 de enero de 1691, y desde la cuna hasta el sepulcro
resplandeció con el boato propio de su lustre y calidad. Bautizada con gran
pompa el 16 de febrero siguiente, en la Iglesia de Santa maría, figuraban en la
brillante comitiva su tío don Francisco, que era caballero de Calatrava,
capitán de la Real Armada y paje de su Majestad -que la llevaba en brazos-, y
que andando el tiempo había de ser su suegro, como padre de su futuro marido,
don Alonso, a la sazón de siete años; don Andrés Dávila y Mirabal, también
caballero de Calatrava, que llevaba las mantillas, y don Alonso Fernández de
Valdespino, caballero de Alcántara y Veinticuatro perpetuo de Jerez que fue su
padrino. Falleció en la misma casa de su morada, el día 31 de diciembre de
1765, recibiendo cristiana sepultura el siguiente 1 de enero en la misma
iglesia parroquial, con fastuosidad son procedentes siendo llevado su cadáver
en el seno de un cortejo fúnebre impresionante, formado por cincuenta y dos
eclesiásticos, según relación nominal que tengo a la vista.
Mas, antes de partir de este mundo, quiso dejar testimonio
perdurable de su devoción filial a la parroquia de Santa María, de la que era
feligresa -en recuerdo también del memorable triunfo obtenido por ésta en el
pleito a que antes nos referimos-,. encargando al orfebre sevillano don José
Alexandre y Ezquerra una pieza de excepcional valor y mérito, que hoy es
orgullo del tesoro parroquial: una Custodia de plata y Oro, engastada de
diamantes, perlas y esmeraldas, que ella no pudo ver, porque no estuvo
concluida hasta el 26 de mayo de 1768, según cuenta detallada que se conserva.
Es de un bello estilo rococó, y mide sesenta y cuatro centímetros de altura por
treinta y un centímetros y medio de diámetro, en sus dimensiones extremas. El
pie, que es de plata sobredorada, tiene cuatro ángeles cincelados en los
ángulos, que sostienen racimos de perlas que figuran uvas, y en el nudo, un
pelicano alimentado de su mismo a tres polluelos, que es el símbolo del amor eucarístico.
El ostensorio, que es de oro purismo, tiene la forma de un sol, rematado en y
una cruz de gruesas esmeraldas en forma de pera. Y el viril -que en sentido
estricto es el cristal en que se aloja la Hostia-, está encajado en una
filigrana de diamantes tablas y rosas, rodeada a su vez de una aureola -ya
sobre el ostensorio-, que es de esmeralda por la cara anterior y de perlas por
la posterior. Por el borde de la base corre grabada una inscripción con el nombre de la donante y el año de la
ejecución. He aquí el material invertido en ella: 1.643 kilos de oro de ley;
3.220 kilos de plata de ley; 232 esmeralda, con peso de 132,5 quilates y 101
diamantes tablas y rosas, con peso de veintiún quilates y medio grano. Su valor
de coste fue de 46.586 reales y doce maravedíes, siendo el actual técnico, a
titulo de orientación, apunte la cifra de seis millones de pesetas.
Se dice por la tradición que la esmeralda de mayor tamaño,
que estaba colgante y tenía forma de lágrima, fue desprendida y vendida, para
con su importe sufragar los gastos de una obra de reforma en la Capilla del
Sagrario, lo que parece confirmarse por la note de las esmeraldas empleadas,
que habla de una pieza que tiene al aire, bajo del cirulo de la que hoy carece
esta joya.
Hijo de doña Leonor María de la Antigua y de su esposo y tío,
don Alonso Fernández de Valdespino, fue el presbítero bautizado en Santa maría,
eñ 17 de enero de 1720, fallecido el 7 de noviembre de 1793, y enterrado
también en Santa maría, con gran ceremonia; no sólo asistió todo el clero de
dicha parroquia y el de San Pedro, sino también cuatro comunidades religiosas,
además de la Orden Tercera, gastándose 49 libras y media de cera, porque se
iluminaron todos los altares y se le dio cera a las comunidades y a la música
por cinco responsos. Insigne benefactor de Santa María, como proclama su lauda
sepulcral, regaló en 1770 a dicho templo una monumental corona de plata de ley,
para cobijar la Custodia que donara su señora madre, bajo el dosel de
terciopelo carmesí, recamado de oro, que todavía se pone el Altar Mayor para la
Octava del Corpus Christi. Hablando con precisión, diríamos media corona,
porque hecha para adosarla al dosel, sólo se trata de la mitad visible. Mide
dos metros por su parte más ancha y 1,82 metros de altura, estando formada por
un medio circulo con sobrepuestos dorados, superados de bellos florones,
típicamente dieciochescos, de los que salen cinco diademas con cabezas de
ángeles doradas y sobrepuestas, cuyas diademas se unen bajo un mundo rematado
por una cruz, constituyendo un conjunto grandioso de línea elegante y
artística.
Hizo esta soberbia joya el propio artífice sevillano don José
Alexandre Ezquerra, que era compadre de don Alonso Nicolás, por precio
ligeramente superior al de la Custodia, ya que alcanzó el de 50.535 y 3/4
reales de vellón, habiéndose invertido en esta obra cuarenta y tres kilos y
cuatrocientos noventa y dos gramos de plata de ley. Una inscripción en dos
medallones laterales consignan el nombre del donante y el año en que se hizo.
Mas, no son estos los únicos presentes que existen de los
Valdespinos en el tesoro parroquial de Santa maría. Quede para nueva ocasión
referimos a otras dádivas de esta ilustre familia, que supo dejar, a su paso
por Arcos, a manera de perfume, un testimonio de su lustre y esplendor tan
perdurables, que se mantienen fragantes después de seis generaciones.
Fuente: José Antonio
Delgado y Orellana. ABC Sevilla - 21 de abril de 1968.